TESTIMONIO eneatipo 5. La necesidad de aislarse.

Recopilamos testimonios de nuestros personajes más avaricioso de sí mismos.

Veremos con detalle la búsqueda de aislamiento.

También el camino de evolución.

Testimonio 1 del E5:

«Siempre pensé que mi infancia había sido correcta. No eché nada en falta. Me parecía que había tenido lo que habían necesitado: principalmente acceso a mucha cultura. Desde niño me apasionó tocar el violín. Fui una especie de niño prodigio de este instrumento.  Antes de comenzar el conservatorio tenía un gran dominio del instrumento.  Pasaba horas y horas tocando mientras mis hermanos jugaban al fútbol.

Posteriormente, me pudo al presión y no duré mucho en el conservatorio. Lo que comenzó como un placer se volvió una obligación y terminé por dejarlo.  Mi otro gran refugio fueron los libros. Yo era el típico niño introvertido que le costaba socializar. Durante años se metieron conmigo y con mis gafas. Cuatro ojos era lo más bonito que me llamaban. Yo no le daba importancia y tampoco lo contaba en casa. Supongo que hoy a esto le llaman bullying y se toman cartas en el asunto. En mis tiempos intenté pasar lo más desapercibido posible y si se metían conmigo, directamente desaparecía. De hecho, me hice un experto en pasar desapercibido.

En el colegio me aburría como una ostra. Supongo que hoy sería diagnosticado con altas capacidades y todo habría sido diferente. Sin embargo, por aquellos años lo que daban en clase lo aprendía rápido y yo siempre quería más; así que, mi nueva cueva fue la biblioteca de al lado de casa.  Allá era feliz. Mil libros de aventuras se fueron almacenando en mi mesa. Soñaba con ser un científico que descubría algo importante.  Durante mi aséptica adolescencia diagnosticaron cáncer a mi madre. Ella lo pasó muy mal y si ya era una mamá bastante esquiva a partir de entonces, se fue evaporando. Pasó muchos meses en cama. Yo creo que tuvo una gran depresión durante muchos años y jamás fue afectuosa con nosotros. Esto es lo que he ido viendo con los años y el trabajo personal. Ahora entiendo que mi dificultad con dar afecto fue la falta de maternaje. 

Mientras tanto mi padre siempre nos trató correctamente, pero también de manera muy exigente. El trabajaba mucho y yo crecí un poco dejado de la mano de Dios. Digamos que fui muy autónomo y no daba problemas. Así llegue a la carrera de medicina y aunque entonces no lo sabía, mi principal objetivo era encontrar algo que curase a mi madre. Durante estos años solo tenía en la cabeza conseguir una buena beca, sacar buenas notas y sumergirme en las enseñanzas de profesores que me maravillaron.  No salí demasiado por las noches y cuando lo hacía era para acabar fatal.

No tenía termino medio. Durante el último año de carrera hice buenas migas con un grupo del club de ajedrez. Eran bastante juerguistas y yo le cogí el gusto a la noche. Fue un año de bastantes excesos y eso hizo bajar mis notas estrepitosamente. También, cuando bebía me ponía bastante violento y eso me llevó a dos o tres peleas nocturnas. Mejor no recordar cómo acabé.  Por suerte, conseguí terminar la carrera y hacer el MIR.

Nuevamente, centrado en los estudios y el trabajo, dejé de salir por la noche, pero me obsesioné con sacar nuevamente muy buenas notas. Enfermé, perdí 10 kilos y también yo entré en una ligera depresión. Como otros muchos médicos, no fui un buen paciente. Fumaba como un carretero y mis ritmos nocturnos estaban totalmente alterados. No dormía bien y me desvelaba muchos días a las 3 de la noche. Lo pasé fatal. El insomnio era agotador.  Recuerdo dos noches seguidas sin dormir y trabajando como un loco durante el día.  No sé como no enfermé todavía más.

En esta etapa murió mi padre y esto fue el golpe que terminó de dejarme sin fuerzas. Quedé al cuidado de mi madre, que seguía muy mal de salud, mientras mi propia salud se iba deteriorando por momentos. No tenía ni 30 años y parecía un señor mayor.  En el hospital me atendían mis colegas y me daban un trato de favor; pero, ni aun así, levanté cabeza. Mi automediqué y comencé a tomar muchos ansiolíticos.  Y cuando todo parecía perdido, apareció en mi vida un ángel que me algo vio en mí que ni yo mismo terminaba de ver. La que hoy es mi esposa me fue sacando poco a poco a  la vida o por lo menos hizo lo necesario para que yo me pusiera las pilas y comenzase a cuidarme un poco. De hecho, había vuelto a consumir bastantes pastillas de todo tipo y fue un reto dejarlas.  Pasé unos meses terribles, pero, con su ayuda, me fui poniendo de nuevo en la vida. 

Dejé de ser el único cuidador de mi madre y me apunte a yoga. Estas dos decisiones fueron clave para que volviera a mí. Más adelante dejé de fumar (lo mejor que he hecho en mi vida) y comencé a trabajar en un horario normal. Sigo leyendo como un loco y siempre que puedo me voy a comprar libros de segunda mano. Ahora, me concentro en los libros de desarrollo personal y si encuentro alguna joya de Claudio Naranjo por 3 euros soy el hombre más feliz del mundo. También compro discos de segunda mano a estos precios y tengo una colección maravillosa. 

Volver a la música también ha sido otra medicina mágica. De hecho, ahora hasta estoy bailando. Bueno… bailando por decir algo. Me muevo como puedo intentando seguir el ritmo. Al principio pasé mucha vergüenza, pero durante más de un año he estado en Río abierto y ha sido un antes y un después. Ahora también voy a algún Ecstatic y los disfruto mucho. 

Mi vida esta resurgiendo y ya son tres años de ir a terapia puntualmente cada lunes. Me siento comprendido y aunque me cuesta conectar con mis emociones, comienzo a conectar con mi hasta ahora abandonado cuerpo.

En fin, que este resurgir está siendo increíble. No tengo ni idea de qué me espera, pero he comenzado a aceptar lo que viene. A comprender que soy frágil y sensible; pero que esto no es excusa para alejarme del mundo. El mundo es complejo; pero también el contacto humano me está dando mucho. Sé que mi camino de crecimiento no está en los libros. Mi camino pasa por abrir el corazón y dejarme tocar por el otro. Diría que la palabra calve es confiar. Confiar en mí y en los otros. No es fácil pero lo voy a intentar.

A.E.C.

Testimonio 2 del E5:

«Ser independiente es algo elogiado en este mundo. Lo malo es cuando la independencia se confunde con aislamiento, cuando las necesidades reales se confunden con carencias, y cuando a los niños desde muy temprana edad se les enseña a ser independientes cuando claramente no es el tiempo correcto, ocasionando traumas innecesarios. Mi mamá me decía “tú de bebé no dabas lata”. La primera impresión es que yo era un bebé que no lloraba; por lo tanto, era un “bebé bien portado”. Reflexionando un poco más, me pregunto ¿cómo es posible eso? ¿Cuál es el concepto de un “bebé bien portado”? ¿Existen bebés malos? ¿Por qué llorar hace a un “bebé mal portado”? Llegué a una epifanía importante y comprendí cómo es que yo de bebé había aprendido a cambiarme el pañal yo solito. Esto claro que es una broma, para disfrazar  el dolor que hay debajo, y es lo que escribo a continuación. En terapia bioenergética, al ver las heridas de la concepción y el nacimiento, supe que eso de “no dar lata” se traduce en no llorar, y no llorar se traduce en “el bebé no necesita mucho”. Y eso, a lo largo de mi vida, se trata de no: ver, reconocer, poner atención, validar, satisfacer y un largo etcétera, mis propias necesidades y verlas lo suficientemente importantes como para comunicarlas.

Comencé a ver toda mi vida y las fichas de domino cayeron una a una, siendo cada ficha un acontecimiento en diferentes etapas de mi vida: no pedir de comer cuando tenía hambre (claro que no siempre), no expresar mi ultraje e indignación cuando me sacaron de la escolta de la escuela, no expresar descontento a la maestra porque realmente no me gustaba el nuevo lugar que me asignó, nunca levantar la mano para nada pues prefería luchar desde el llano, en invisible, solo ser notado por las buenas calificaciones, no hacer nada por expresar cuando una niña me gustaba. Es como si, sistemáticamente, mis deseos y mis necesidades eran algo que no importara, no pensaba en “no lo merezco” ni nada de esas cosas que tanto dicen por ahí y cuando hoy me lo dicen, no me ayuda en nada saberlo. Anestesiándome en cada paso, en un largo entrenamiento me hice experto en desaparecer y en refugiarme en la cabeza, en ser independiente y satisfacer mis propias necesidades, en ser observador, siendo el mundo un lugar de observación que puede ser fascinante siempre y cuando las cosas puedan ser explicadas. Al no ver mis necesidades y mis propios deseos, desaparezco incluso para mí mismo.

¿Cómo iba a cumplir mis sueños si yo me desaparezco para mí mismo? No me puedo ver a mí mismo realizándolos. Satisfacer mis necesidades ha sido un camino largo; darme cuenta de ellas, nombrarlas, hacer lo que tenga que hacer para satisfacerlas, trabajar por ellas, significa que tuve que dejar de desaparecer, tuve que exponerme al rechazo al pedir algo, pues en cada petición se concede el derecho a decir “no” a lo que pida. Tuve que decirle a la vida “tengo hambre de conexión”. Levantar la mano para ser visto y decir “yo necesito. Yo puedo ayudar. Yo quiero. Yo existo!!” Después de años de terapia, sé que las necesidades no son dependencia, sé que eso de no necesitar a nadie no sólo es imposible, sino que no es real. Ahora sé, que si las necesidades infantiles no fueron satisfechas, en la edad adulta se van convirtiendo en demonios, y cuando, por fin, son satisfechas en trabajos terapéuticos y espirituales, surgen las necesidades adultas como una forma de expresión de la creatividad desde el corazón y el núcleo del ser. Cuando se satisfacen de forma orgánica, también se recibe mucho, y que la satisfacción (más no el conformismo) es la forma de darme cuenta que voy en el camino correcto»

Andres Olivera

Testimonio 3 del E5

«Nada más nacer me tuvieron que tener casi dos semanas en cuidados especiales. Fue un parto muy complicado y los primeros meses de mi vida los pasé llorando. Seguramente, lloré tanto que luego ya no me quedaron lágrimas que derramar. Mi madre era una persona cuidadosa, pero con otros tres hermanos la atención que ponía en mi era más bien escasa. Mi padre era persona muy brusca que siempre estaba trabajando o en el bar. Tenía problemas con el alcohol. Nos trataba mal. Me ha costado más de dos años de terapia reconocerlo; pero, no fueron personas cariñosas con nosotros.  Mi infancia transcurrió intentándome ocultar del mundo. Desde muy pequeño, me preguntaba cosas muy profundas. Me refugié en el cariño de mi abuelo que me contaba historias de extraterrestres y, a mí, aquello me parecía lo mejor. Cuando yo tenía 11 años mi abuelo enfermó de cáncer. Ese verano me mandaron de vacaciones con unos tíos. No pude despedirme de él. Era lo que más quería y aun hoy lo recuerdo con nitidez. Tenía una fuerza enorme y con una sola mano me levantaba y me zarandeaba. A su lado me sentía querido y protegido. Esa sensación ya no la volví a encontrar a pesar se seguir buscándola toda mi vida.

El el colegio sacaba muy buenas notas eso me permitía que mis padres no me renegaran como a mis hermanos. Mi único contacto con el mundo fue el club de ajedrez. Desde el principio, se me dio muy bien este juego aunque en los campeonatos me ponía muy nervioso y bajaba mucho el nivel. Aun así, fue mi gran refugio durante la adolescencia. Finalmente, llegué a jugar a un nivel muy alto y aun hoy es algo que me da mucha vida. No salía demasiado por las noches y me agobiaba mucho la música alta, botellones y excesos de los amigos. No jugaba al fútbol -como casi todos mis amigos y conocidos- y no quería saber nada de chicas. Nuevamente, me ponía de los nervios cuando alguna chica me hablaba. Así, pasé la adolescencia y, por aquel entonces, ya contactaba con una sensación de incomprensión grande. Como si este mundo no fuera para mi. Desarrollé un mundo espiritual que no era capaz de compartir con nadie. Mis hermanos se reían de mí, mis padres me ignoraban y en instituto también pasaba desapercibido. Me sentía como una especie de fantasma en la tierra.

Por suerte con 18 años pude estudiar Filosofía y letras y disfrutar mucho con las asignaturas. Encontré más frikis como yo y, por fin, me sentía parte de un grupo. Pequeño grupo, pero grupo al fin y al cabo. No tardó en aparecer el yoga en mi vida y esto fue un antes y un después. Me fascinó el tema de la meditación y estuve con 10 años aprendiendo mucho. A los 30 años me lancé con mi proyecto personal de profesor de yoga y meditación y fue el mayor acierto que he tenido en mi vida.  Así, también, me he vuelto una persona más sociable y veo que el mundo no es tan terrible como imaginaba en la adolescencia.

He tenido varias parejas, pero con todas repito el mismo patrón. Al principio va muy bien, hay mucha complicidad, pero con el tiempo el fuego se apaga y la relación se transforma en una especie de hermanos o grandes amigos. Si paso mucho tiempo con la misma persona, me agobio mucho. Necesito contactar y también retirarme. En cualquier caso,  la pasión se evapora rápido. No consigo comprometerme de verdad, entregarme en el amor y tengo muchos miedos. También me acompaña la sensación de que no estoy a la altura en la parte más sexual. Hay un freno interno que no me deja conectar con una parte más instintiva. Hace unos meses hice un taller de Tantra y parece que algo se ha movido en este terreno. No sé. Siento que hay mucho que descubrir. En el fondo,  hay un miedo a que me descubran, a que me conozcan en mi fragilidad. Es un miedo y un deseo que van de la mano. No sé cómo acabará todo, pero, ahora, tengo fe en un buen futuro.»

C.A.

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