Recopilamos testimonios de nuestros personajes más perezosos de sí mismos.
Veremos con detalle la búsqueda de confluencia, su dificultad para decir no y su tendencia a pasar desapercibidos.
También el camino de evolución.
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Testimonio 1 del E9:
«Hasta hace no mucho siempre decía que había tenido una infancia feliz y que había sido un chica con suerte. Ahora, después de años de trabajo personal, entiendo que no es así. No ocurrió nada muy tremendo en mi niñez, pero si que puedo afirmar que fui bastante ignorada. Era la segunda de seis hermanos. El mayor nos mandaba a todos y el pequeño se llevaba toda la atención.He podido rescatar escenas de mucha indiferencia. Yo llegaba con buenas notas y nadie lo celebraba. Se daba por hecho que tenía que ser así.
De hecho, a pesar de ser una buena estudiante siempre se puso en duda mi inteligencia. Yo era la buena y punto. Nunca me quejaba de nada. Siempre que había que sacrificarse por algo o quedarse a cuidar al pequeño, me terminaba tocando a mí. Lo peor es que normalicé esta situación y ni siquiera me parecía injusto. En el cole pasaba bastante desapercibida. Cuando el profe me hacía alguna pregunta yo lo pasaba fatal. Si el foco estaba en mí, me temblaba todo y me podía muy nerviosa. En la adolescencia lo pasé mal. Tenía varios kilos de más y esto me daba muchos complejos. También es cierto que, por otro lado, solía caer bien; pero, aun así, no me atrevía a que pasará nada con ningún chico. Los pocos que se acercaban, me veían muy tímida. Yo me sentía que, a pesar de que leía mucho, luego no me salían las palabras y me sentía una chica aburrida.
En la universidad entré en Economía y, con bastante esfuerzo, fui sacando la carrera. Tenía que sacar buenas notas, para optar a una beca. Mis padres no me dieron nada de dinero desde los 18 años y me puse a trabajar de camarera. Por aquel entonces, comencé con trastornos de alimentación. Tuve varios años de bulimia nerviosa e hice mil tipos de dietas; pero, normalmente, siempre estaba pasada de kilos. Esto me seguía avergonzando mucho y, además, al terminar la carrera comencé a darme atracones nocturnos muy bestias. Entré en un trabajo que me explotaban, o me dejaba explotar, mucho. Trabajaba mil horas y hacía labores mucho más complejas de lo que me correspondía. Yo siempre decía que sí a todo. Estaba empezando y quería complacer a mis jefes. Esto hico que llegará a cada molida y solo quisiera beber cerveza y ver series.
Estaba hasta las tantas y a lo tonto me habitué a cenar, recenar y tomar 6 o 7 cervezas cada día. No era algo muy loco, pero era todos los días. Entre semana me podía la desesperación. Luego los fines de semana no tenía ganas de nada y mi vida social era muy limitada. Con el tiempo, fui desarrollando problemas de arritmias. Esto y varios ataques de ansiedad me llevaron a replantearme un poco todo. Comencé en terapia, pero tardé bastantes años con dar con un terapeuta que realmente, me entendiera. Como con 35 años la cosa se enderezó cuando llegó a mi vida el sistema de Rio abierto. Fue un antes y un después.
Estuve varios años reconectando con mi maltrecho cuerpo. También, tuve la suerte de caer en manos de una nutricionista que me entendió desde el alma. Pudimos trabajar mi relación con la comida desde mi momento vital. Así, fui perdiendo kilos, aceptando lo que había y ganando, poco a poco, en salud. Aun hoy, me cuesta decir que no, pero ya soy capaz de poner límites. Con mi pareja tiendo a fusionarme, pero estoy muy atenta a no confluir en exceso. Y con mis niños ¡qué decir!! No puedo evitar darlo todo por ellos; pero sé que si no les doy libertad seré una madre agobiante e intento darle su espacio.
Todavía me sigo pillando comiendo las sobras del plato de mis pequeños, pensando que eso es lo que a mí me toca. Con el enfado esto y en proceso de aprendizaje. Para mí, enfadarme era sinónimo de locura. No entraba en mi cabeza y, por ello, siempre parecía entender a todo el mundo. Ahora, intento conectar con mi cuerpo y sentir esta rabia cuando va viniendo. Si encuentro el lugar, la expreso y al hacerlo, puede salir una bomba de relojería. Es como si el enfado acumulado de años, se hiciera forma por algo que en el aquí y ahora, en realidad, era un tontería. Aun así, veo que este es mi camino y no siempre es fácil. Mucha gente, cuando me ve ahora, se aleja de mí. Quieren a la antigua yo, complaciente y sumisa; pero, hoy, por suerte, ¡!todo ha cambiado!» P.N
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Testimonio 2 del E9:
«Fui la tercera de cuatro hermanos y mis recuerdos de la infancia no son muchos. No me pasaron grandes cosas y mis padres hacían lo que podían para que estuviéramos atendidos. Se esforzaban mucho en sus trabajos y nosotros nos cuidábamos entre nosotros. En el cole fui una chica aplicada y procuraba no llamar la atención. Tenía buenas amigas y aun hoy conservo amistades de la infancia. En la adolescencia comencé a engordar y esto me supuso un problema para acercarme a los chicos. No tenía confianza en mis posibilidades; así que, adopté el rol de la mejor amiga. Me venían a contar todas sus penas y yo comprendía a todos y todas. Pero ningún chico se fijaba en mí para ser pareja. Esto me hacía sufrir mucho. Yo, en silencio, fantaseaba con tener mis novios, pero no daba ningún paso. Así, llegué a la Universidad y entré en una carrera que no me gustó nada. Duré menos de un año y la abandoné. Siempre había sido muy disciplinada y había hecho varios trabajos en verano en una fábrica; así que, entré a trabajar en una empresa textil. Un trabajo sencillo y mecánico que no me daba quebraderos de cabeza y me permitía ganarme bien la vida. Con 22 o 23 años comencé a beber a escondidas. Cuando salía de fiesta era la más tranquila del grupo, pero cuando llegaba a casa yo seguía bebiendo mis cervezas. Me acostumbré a ello y durante varios años bebí mucho. Ahora veo que tapaba una vida triste y aburrida. Por suerte, pude pedir ayuda y entré por unos meses en un programa de rehabilitación. También, tenía pésimos hábitos alimenticios. Comía a todas horas incluso de noche. Sufrí transtornos de sueño y a media noche me daban ataques de hambre increíbles y me zampaba botes de nocilla a cucharadas. Fumaba a todas horas y odiaba hacer deporte. Mi cuerpo se fue resintiendo y hace 5 años con un sobrepeso de más 30 kilos, tuve un buen susto con alta presión arterial y niveles muy elevados de colesterol. Me quedaba sin fuerza y pase de ser una chica fuerte a ser una señora sin energía.
Fueron años de mucha tristeza; aunque yo, de cara a fuera, seguía aparentando que todo iba bien. Me costó pedir ayuda; pero, por suerte, mis hermanos me apoyaron cuando les conté cómo estaba de verdad. El mayor es médico y me acompañó en todo el proceso. Un proceso de sanación que comenzó por la parte física. Aun hoy tengo algún kilo de más, pero me encuentro muy bien. No bebo ni una copa y dejé de fumar. Esto fue lo más complicado; se me hacía imposible. Ahora toca ponerme a hacer deporte, lo cual sería estupendo pero !!me da una pereza enorme!! En el trabajo pase al comité de mediación y creo que hago una buena labor. Defiendo a los trabajadores, pero tengo muy claras las necesidades de la empresa. Creo que estoy en un lugar donde puedo desarrollar mis cualidades personales.
Hace un año fui mamá y esto lo cambió todo. Tengo que tener cuidado pues veo que me entrego sin límites en la maternidad. Mi pareja tiene tendencia a esconderse en su cueva y, si no le digo nada, no ayuda mucho en el cuidado de la niña. Aun así, lo vamos hablando y veo que se esfuerza. Como mamá me veo muy alegre y aunque los primeros meses fueron muy duros, ahora voy sacando la cabeza. Veo un futuro limpio, sin humo, donde brilla el sol. Han sido años de terapia muy duros. De no querer ver el cariño que no recibí en la infancia, de seguir olvidándome de mi; pero, a la vez, de tomar conciencia de ello. Me siento agradecida a la vida y tengo ganas de ir a por otro niño o niña. Veremos.»
Nieves P.P
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