TESTIMONIO eneatipo 1. El rígido crítico.

Recopilamos testimonios de nuestros personajes más iracundos.

Veremos con detalle la búsqueda de perfección, rigidez y crítica constante.

También el camino de evolución.

Testimonio 1 del E1:

«Mis primeros recuerdos son de un niño juguetón que vivía con mucha alegría. Después, fueron naciendo mis hermanos y esta alegría parece que se fue evaporando. El foco de atención de mis padres fue pasando hacía ellos y yo iba en piloto automático.  Uno de ellos tenía un problema grave genético y necesitaba muchos cuidados extra. No es que me recuerde como un niño triste, pero sí más serio de normal. Creo que, en mis genes !!el cromosoma de las responsabilidad vino duplicado!!

En el cole era muy correcto y siempre sacaba buenas notas. Era bastante empollón y me esforzaba para dar lo máximo de mí. Se me daban bien los estudios, pero el esfuerzo nunca faltaba.  No hacía falta que nadie me recordara de hacer lo que tenía que hacer. Tenía claro que no podía dar ningún problema en casa; bastantes había ya como para ser yo una carga. No sólo podía cuidar de mí mismo, sino que podía cuidar también de mis hermanos. Mis padres trabajaban mucho y parte de la responsabilidad de la familia fue recayendo en mí. 

De adolescente no tenía demasiados amigos y mi máximo interés era colaborar en casa y aprender mucho. Tenía curiosidad por mil temas y me gustaba profundizar en ellos a tope. También, me comenzaron a interesar temas sociales y, rápidamente, me posicionaba en un extremo o en otro.  Creía mucho en conseguir un mundo mejor y desde los 16 años participaba activamente en amnistía internacional. De hecho, me involucré tanto que casi siempre me relacionaba con adultos. La gente de mi edad me aburría mucho.

Con 18 años quise estudiar Ciencias del mar pero no había en mi ciudad; así que, me decante por Biología. Para mí era fundamental poder estar cerca de mi familia y seguir colaborando en casa. Por aquel entonces, mi hermano pequeño empeoró mucho de su patología y su corazón se fue debilitando. Sabíamos que quizás no sobreviviría muchos años y le queríamos con locura. Cuando yo cumplí 21 años, el mismo día de mi cumpleaños, finalmente nos dejó. Ha sido el momento más triste  y, a la vez, me dio mucha fuerza para aprovechar cada momento de vida.

En la universidad conocí gente muy bonita, pero siempre había un punto en el que no terminaba de conectar. Es como si mis ganas de hacer las cosas bien, siempre chocasen, en algún momento, con la gente que me rodeaba. Al terminar la carrera, me fui a hacer una especialidad a Madrid y, por primera vez, me tocó salir de casa. Compartí piso con varias personas y esto me supuso pasar por pequeños infiernos. Todo el mundo me parecía muy sucio y desordenado.

Hasta ese momento, casi no había salido por las noches; pero, me junté con gente del master que les gustaba la jarana y ahí tuve mis primeros desmadres. No estaba habituado a beber y me emborrachaba con facilidad. Algunas juergas eran muy divertidas y otras no tanto. Solía conectar con una parte muy reprimida mía que hacía ponerme violento más de una vez. También, me sentía muy torpe en la relación con las chicas. Todo esto me tenía muy preocupado.

Esta torpeza, casi patológica, me trajo mucha amargura. Por aquel entonces era bastante tímido y las pocas chicas con las que me relacionaba, pronto veían en mí una parte demasiado rígida que las terminaba auyentando. Además, me consideraba una persona muy fiel y la primera novia que tuve, me terminó poniendo los cuernos. Todavía recuerdo el dolor cuando me enteré. Es como si hubiera querido que la tierra me tragase. Vi con claridad cómo me hervía la sangre y me entraron ganas de estrangularla. Era un odio tremendo. Por suerte, esto me sirvió para darme cuenta de la ira contenida que tenía dentro. 

A partir de este momento, entré en terapia y han sido muchos años de intentar entenderme. Tan solo darme cuenta que mi verdad no era la única verdad, fue un paso de gigante. También fui más consciente de mi tendencia a preocuparme por todo. A día de hoy, sigo empeñado en tener la razón. Me preparo todo mucho, me documento hasta límites insospechados y, desde ahí, es complicado estar abierto a que quizás el otro también puede tener algo interesante que aportar. Mi  deseo de perfección sigue estando; pero, ya no es algo insoportable.  Antes me castigaba mucho cada vez que consideraba que yo no habían estado a la altura. Hoy intento tratarme con más cariño.

En fin, creo que fui un niño que se hizo adulto demasiado rápido y hoy toca volver a dar espacio a ese niño que no fue visto. Mi tarea es comenzar a verme desde ahí y evitar todo lo que pueda los «Tengo que» y poner placer en mi vida. Comencé con clases de salsa y esto está siendo un antes y un después. Intento bailar sin juicio, lo cual es casi un milagro, pero lo voy consiguiendo. 

Pronto seré papá y esto sí que me aterra bastante. Bueno… me da miedo y, a la vez, estoy ilusionado como nunca en la vida. Sé que me esperan curvas pues querré hacerlo muy bien y por ahí me temo que contactaré con bastante frustración. Ojalá aprenda a disfrutar de la crianza y pueda ser tan solo un padre suficientemente bueno.»

A.U.

FORMACIÓN online de ENEAGRAMA

Testimonio 2 del E1:

«Fui un niño que sufrí mucho en la infancia. Me recuerdo con mucho enfado. Me hervía la sangre cuando no me daban lo que yo quería. Era el mayor de tres hermanos y me alié con mi padre para hacer de segundo papá. Tanto él como mi mamá eran bastante estrictos. Mi padre se ponía como modelo moral y siempre decía lo que estaba bien y lo que no. Más adelante, mi madre se enteraría que durante años le fue infiel y llevó una doble vida. Era el dueño de una pequeña constructora y no le veíamos mucho. Mi madre, como digo, también era estricta; pero, estaba más presente y, sobre todo, nos abrazaba mucho. En el colegio sacaba muy buenas notas y me convertí en el delegado de clase habitual. Todos los años necesitaba serlo. Así me sentía útil. Tuve varios enfrentamientos con profesores. Incluso a uno estuve a punto de llevarlo a juicio por insultarme. Para mí, la justicia era un pilar fundamental casi desde que tengo uso de razón.  En la adolescencia no me atrevía a acercarme a las chicas. Toda mi seguridad se me venía abajo y lo pasaba fatal. Aun así, con la ayuda del alcohol, comencé a hacer mis primeros acercamientos, pero lo vivía con mucha ansiedad y miedo al rechazo. El año previo a ir a la Universidad, comencé a sacar peores notas y lo pasé muy mal. Mi padre me reñía mucho y la frase que, aun hoy, resuena en mi cabeza es: «si no está perfecto, mejor no hacer nada». Y en esto ponía todo mi empeño.

Los años de Universidad fueron complejos. Comencé a estudiar Arquitectura con muchas ganas, pero, en las asignaturas más creativas tenía serios problemas. Era como si no me dejase contactar con esa parte de mí mismo. Sin embargo, en las asignaturas técnicas sacaba siempre sobresaliente. Había un contraste enorme. Al terminar la carrera, que me costó Dios y ayuda, tuve que ir a terapia pues el estrés me estaba matando. Fueron 7 años en los que no hice otra cosa que estudiar. Salí poco con los amigos y no tuve tiempo de chicas. También, tuve problemas con la pornografía y me gustaba ver vídeos «muy extraños».  Mi aparente calma habitual, también, contrastaba con ataques de ira increíbles. Como si fuera un volcán. Normalmente, sólo me los permitía en casa con mis padres; pero, de vez en cuando, también la liaba en al Universidad.

En cualquier caso, entrar en terapia puso un poco de luz a lo que me pasaba y di pasos de gigante en poco tiempo. Encontré un trabajo sencillo en un estudio de arquitectura y me acomodé. No tenía dificultad con las tareas y aprendí a hacer las cosas tan sólo bien. Mi jefe tenía el lema contrario a mi padre y siempre decía aquello de lo perfecto es enemigo de lo bueno. Curiosamente, un trabajo aparentemente sin interés !!me hacía mucho bien!! Comencé a practicar Aikido y llegué a clases de Río Abierto. Las primeras sesiones fueron horribles. En el baile contactaba con una vergüenza extrema. Me sentía como un bloque de hormigón. Aun así, a insistencia de mi terapeuta, permanecí allá. En el segundo año me fui soltando mucho más y contacté con una fiera interna que rugía por salir. Le fui dando su espacio y también, por fin, me atreví a mostrarme, desde mi instinto, con las chicas. Fue un antes y un después. Creo que es un camino que tengo que recorrer sin prisa, pero con paso firme. Aun hoy, hacer lo correcto tiene un peso excesivo en mi vida, pero voy permitiendo alguna travesura. También soy capaz de mostrarme, en un entorno de seguridad, desde mi parte más tierna. Y todavía hoy tengo delirios de salvar al mundo, pero tengo claro que !tengo que comenzar por mí mismo!! Luego ya iremos a por metas más ambiciosas».

Cristiano L.I.

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