Hoy tenemos la fortuna de poder publicar este precioso texto que nos hace llegar nuestra amiga Ana Baza. Seguro que os gustará tanto como a nosotros.
Foto: Haiki
En noviembre, estuve en un encuentro de meditación, facilitado por el Dr. Claudio Naranjo, cuya fundación organizaba el evento, y el maestro Keith Dowman. El título “Del Anapasanati al Dzogchen”. Mientras escuchaba al maestro Dowman, mi cabeza no dejaba de hacer paralelismos, entre lo que él nos enseñaba y la Gestalt. Esto es una parte de esas reflexiones.
Desde el Dzogchen se habla de que para estar en una presencia consciente completa, el punto de partida y el objetivo es el mismo, no hay una meta a la que llegar, cualquier interferencia que pongamos será un obstáculo.
Al igual que en la terapia, la meta no es que desaparezca el carácter, ni en el SAT saber cuál es el eneatipo en el que uno se sitúa, sino la observación de ambos y de su propia dinámica existencial, el cómo y el para qué. Del mismo modo, cualquier intento de transformación será estéril si se hace como un propósito de cambio, lo que sería una interferencia, en vez del resultado de una integración desde los tres centros del ser humano.
No hace falta pensar cómo evitar el dolor ni cómo mejorar las situaciones. La iniciación se da, cuando te das cuenta de que el origen es el final. El punto de partida es la meta y la meta es el camino. Es el camino sin camino y éste es el camino por donde todos andamos.
La entrega al devenir de la vida, la perdida de la importancia del ego, el retorno a la propia esencia, lo que requiere de un acto de fe en la espiral del proceso terapéutico, en un camino que nos resulta familiar pero no habitual. Donde hay que practicar nuevas formas de estar, para dejar de mostrarse tras la máscara, con dudas, a ciegas la mayoría de las veces, pero con confianza en la propia auto regulación y en el instinto. Aludiendo de paso, a la sincronicidad y unión de todos los que recorremos el camino del autoconocimiento, independientemente de la vía para lograrlo.
Bien, pero ¿qué pasa después? La experiencia se convierte en un concepto, en una creencia y ésta en un impedimento. Ya tienes un poco de religión para ti.
Nos advierte del peligro de conceptualizar la experiencia y un poco más allá, del peligro de convertir las herramientas que utilizamos, en dogmas de fe o en caminos de obligado recorrido para todas las personas, independientemente de sus deseos. Y es que somos muchos los que tenemos la tentación, sobre todo al principio del proceso, de que nuestros conocidos y seres queridos pasen por terapia, acudan al SAT… sublimamos de tal modo nuestras experiencias y necesidades de pertenencia, que obviamos el respeto a los ritmos y querencias del otro, a veces, incluso a las propias.
La dualidad describe muy bien la naturaleza del Dzogchen. Por definición no hay sujeto ni objeto, no hay un conocedor, sólo el percatarse.
El maestro Dowman, nos ofrece una descripción de la observación de uno mismo, de ese testigo mudo que contempla sin afectación al perro de arriba y al perro de abajo, al padre y al niño (desde la mirada madura y compasiva del adulto).
Pero estamos tan aferrados a muestra identidad que perdemos tiempo definiéndolo. Es una objetivación de algo que no puede ser nombrado.
Aludiendo a la pérdida de tiempo y la confusión que conlleva el “yo soy…”, cadenita de oro, a la que nos aferramos para no cambiar, para defendernos de nuestra conciencia y de la mirada del otro, y que son, al mismo tiempo, los eslabones de nuestra propia esclavitud. Curioso, como decía Fromm, el sentido de pertenencia del ser humano. “Hay un hombre aferrado a un cacho de mierda y no hay manera de que lo suelte, uno va y le dice -¡pero si es un cacho de mierda!- y el hombre le contesta -Ya,… pero es mi cacho de mierda-”
Creer en la no dualidad es la creencia última y definitiva.
Nos resistimos y protegemos diciendo “Yo soy, yo no soy…”, recuerdo una meditación en la que oía la voz del maestro Claudio Naranjo diciendo “¿Quién está ahí sentado meditando?” y claramente vino a mi mente “yo… no”, el ego no, si no esa parte de mí, indivisible de mí misma y del otro; una conciencia sin particiones ni polaridades, que al desidentificarse pierde su propia definición.
Lo mismo que decir que creo en lo indefinible, en lo que está más allá de cualquier forma. Siempre estamos ahí pero eso nos pone en guardia porque la no dualidad asusta. Es una pérdida de la identidad del ego. La mente racional se queda pérdida y sin nada a lo que agarrarse.
Definición que se adapta perfectamente, a lo que se experimenta cuando entras en contacto con el vacío, ese momento que se crea y se siente, en ocasiones, en la meditación o en lo que Betina Waisman llama “La rueda de la vida”. Unas cincuenta personas forman un circulo, creando un vasto espacio protegido, donde otras cincuenta personas entran a experimentar el simple acto de Ser, desidentificándose de la máscara habitual. Qué tremendo es dar el primer paso, con las piernas temblando y el corazón apretado, por el miedo a lo que encontrarás en ese vacío fértil.
Abandonemos cualquier noción de profundidad, la vida profunda y elevada es sólo un concepto; la realidad no tiene esa dimensión, lo que ves, es lo que hay.
Al igual que en Gestalt se dice “La realidad tiene una ventaja, Es”, sin adornos, sin manipulaciones, sin engaños ni artificios. Si nos referimos a la persona, podríamos hablar de la pérdida del ideal de uno mismo o en su polaridad, de olvidar la victimización y el aferramiento al sufrimiento, a la carencia para practicar la humildad y la auto aceptación, reconociendo nuestras luces y nuestras sombras, “Esto es lo que hay, esto es lo que soy, y así, desnuda, me muestro ante ti…”
Texto: Ana Baza
Más sobre la autora:
#MiniEntrevista CON ANA BAZA.
https://haiki.es/2014/12/minientrevista-con-ana-baza/