El proceso de transformación es un tema muy serio y del que no se habla lo suficiente. Si alguien está enseñando eneagrama y la herramienta no le ha servido para su propio proceso de transformación, quien lo enseña está tocando tan sólo la superficie de esta poderosa herramienta.
Está claro que el eneagrama no es la única herramienta para catapultar esta transformación; pero, podríamos decir que el eneagrama es a la terapia como el dzogchen es la meditación. Es decir, son vías rápidas y directas para llegar a lo más preciado que tenemos: nosotros mismos.
Si quieres saber más sobre este poderoso tema, esta lectura te va a gustar.
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La idea de eneagrama como camino de transformación pasa por la desidentificación del personaje; es decir, tener claro que quien suele liarla es nuestro ego y nosotros somos mucho más que eso. Nuestra esencia, nuestro verdadero yo, suele estar escondida detrás del eneatipo.
Sin embargo, consideramos que lo que hacemos, sentimos o pensamos pertenece a nuestro yo más auténtico y no es así. Lo que solemos pensar que somos es justo lo que, en realidad, no somos.
Se trata, como veremos en el post, de usar el eneagrama como herramienta para vivir mejor y vencer la resistencia al cambio. Encontrar la motivación y el impulso que nos llevan a transformarnos. Al igual que la mariposa surge de un gusano, nosotros también podemos renacer al ser auténtico que somos. La mariposa, después de hacer mucho el capullo, se transforma por completo. De hecho, no hay ni rastro del ADN de la oruga en el en el nuevo ser. Quién se envuelve en la crisálida es uno y quien sale es otro. Así, la mariposa, que en griego significa alma, es el símbolo de la metamorfosis en la mayoría de culturas milenarias.
1 La autorrealización como espejismo.
Entender el eneagrama como una herramienta de cambio no es algo tan intuitivo como podría parecer. Normalmente, se usa para que la persona se identifique con un eneatipo; con lo cual, poco recorrido de transformación puede tener. Sin embargo, la palabra trans-forma-ción, etimológicamente nos indica la necesidad de ir más allá de la forma. Y de esto, precisamente, va el eneagrama.
Necesitamos radiografiar la forma del ego, para, desde ahí, poder trascender. No podemos mejorar o cambiar lo que no conocemos con exactitud.
Esto no es sencillo ni rápido.
Muchas veces vamos por la vida totalmente enamorados de nuestro personaje.
Por ejemplo, un ocho, se siente tan auténtico que es incapaz de ver el peaje que paga por ello. No le preocupa arrasar por donde pasa y no ver al otro; ser él mismo, es lo importante.
Un cinco puede pensar que opta conscientemente por su soledad; puede sentir que es el camino para conectar con su esencia, en vez de reconocer en su aislamiento la incapacidad de vincularse con el otro.
Necesitamos bastantes horas de vuelo para dejar de gustarnos tanto y entender que estas aparentes cualidades, tienen su trampa.
La personalidad no es algo medible o que podamos explicarla de forma totalmente objetiva. Es un estado de la psique que tiene que ver con la identidad de cada uno de nosotros.
Además, depende de nuestro estado de consciencia y de la propia consciencia que le pongamos en el momento de querer identificarla. Es como si fuera mucho más escurridiza de lo esperado. La personalidad no es algo fijo e inmutable.
Bien sabemos que, en su esencia, quedó constituida cuando cumplimos aproximadamente los 9 años de edad; pero, a partir de ahí, son muchas las experiencias vividas como para pensar que no evoluciona.
De hecho, este cambio o evolución no es incompatible con el concepto básico del eneagrama de que todos y cada uno de nosotros somos siempre un mismo eneatipo.
En el trabajo con el eneagrama, intentamos buscar nuestros patrones básicos de pensamiento, sentimiento y acción y, desde ahí, nos identificamos con uno de los nueve eneatipos para darnos cuenta de nuestros mecanismos automáticos.
De hecho, si hilamos fino en el lenguaje, jamás deberíamos decir que somos un seis o un tres. Eso es exactamente lo que no somos. Es la personalidad con la que se identifica nuestro yo menos real; es decir, nuestro ego. Ego que no deja de ser una parte de nosotros, pero que es la parte sobrante de la esencia. Por ello, conviene ser capaces de desidentificarse de esta parte egoica y conectar con nuestro yo real que es equivalente al ser.
El objetivo del proceso de transformación no es liberarse del ego, es dejar de ser esclavo del mismo. Si el objetivo fuera la liberación sería algo demasiado ambicioso para el común de los mortales y, por tanto, la frustración estaría asegurada.
De hecho, cuando se echa a andar en este proceso de cambio, normalmente se emprende como una especie de guerra santa contra el ego.
Claudio solía decir que aunque no fuera exactamente así, en un punto del camino conviene ponerse las pinturas de guerra para que el personaje se de cuenta que esto va en serio.
El ego pasa a ser el enemigo y, desde ahí, la lucha es encarnizada. En nuestra opinión, no está mal que sea así; pero, con el tiempo, uno se da cuenta que esa lucha no puede estar siempre en primer plano. Toca aceptar, de alguna forma, que ese ego también es parte de nosotros y que conviene tener una relación con él menos dramática.
Es decir, si estamos esperando a estar en nuestra esencia absoluta (lo cual también podría tener peligros), estamos apañados. Más vale dar pasos para cambiar, pero querernos mucho con lo que hay. Tratarnos bonito y, sobre todo, hablarnos bien. También, por supuesto, reírnos (con cariño) de nosotros y nuestras miserias.
La palabra clave es aceptación y su contraria, la peligrosa resignación.
Esta máscara del ego es una compensación de un desequilibrio inicial que dimos por bueno en la infancia. Es como el agua para los peces. El pez no ve que existe el agua, pero lo que ve antes que cualquier otra cosa es agua.
Siguiendo este símil, en nuestro caso toca dar un paso atrás para ver el ego (que sería el agua para el pez). Si al darlo no corre el aire entre nuestra esencia y el personaje, significa que hay que volver a darlo.
Pero para conseguirlo, nuevamente hemos de partir de la idea de que hemos de separarnos de nuestra forma y esto requiere un proceso. Y este proceso de transformación es igual de fácil o difícil para cada uno de los eneatipos; todos distan la misma distancia del centro. Por eso, el trabajo que deberá hacer un eneatipo uno no es tan diferente del de un eneatipo siete.
Desde ahí, podremos ser útiles al mundo.
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Esto es solo un trocito del post.
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2 La transformación no entiende de atajos.
El conocimiento profundo del eneagrama nos lleva a tomar consciencia de que el ego que todos tenemos es más grande de lo que podríamos imaginar.
Reconocer nuestra pequeñez es importante para aspirar a que nuestra grandeza vaya asomando la cabeza. El camino de la transformación no es lineal. A veces, se producen grandes avances y otras veces llegan etapas de quietud. Incluso pueden llegar momentos de verdadero retroceso. Quién crea que por vencer una batalla ya está cerca de la victoria está bien equivocado. Sin embargo, el tener radiografiado a nuestro ego de la manera más precisa posible, es la mejor semilla para garantizar este despertar.
Los caminos que nos llevan a tomar más presencia y que nuestra consciencia sea mayor son innumerables y casi nunca funciona una sola herramienta por separado. Por mucho que nosotros hablemos del eneagrama, en casi todos los procesos esta herramienta a buen seguro que irá acompañada por otras como el movimiento, lo terapéutico, el yoga o la meditación.
Muchas veces, acceder a las lecturas adecuadas, escuchar cierta música o una simple peli, nos pueden ayudar mucho a hacer algunos clicks inesperados.
Cada uno ha de encontrar su propio camino y todos son válidos si se transitan con honestidad.
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3 Los caminos de transformación con el eneagrama.
Para que una persona sufra una transformación personal, evidentemente, no hace falta que conozca el eneagrama. La vida misma, muchas veces, es la mejor maestra; pero, el problema es que suele enseñar de una manera más bien brusca -por ejemplo con una enfermedad complicada-. Es así, cuando nos pasa algo dramático, es la hora de volvemos a replantear todo. Si este momento tiene que ver con haber visto la muerte cara a cara, habremos tenido el mejor de los maestros. Como suele decir Alex Rovira: “aprendemos por compulsión o por reflexión”.
Con la vía del eneagrama vamos por el segundo camino; es decir, antes de que la propia vida nos ponga un reto demasiado complicado, nos paramos a entendernos y comprendernos. No sólo desde la mente, sino a un nivel más vital.
Para ello, hay decenas de herramientas, como las constelaciones, el movimiento expresivo, movimiento auténtico, terapia gestalt… Todas ellas son muy válidas y, en general, un excelente complemento al propio eneagrama.
Pero, si nos centramos en el propio eneagrama vemos que hay tres movimientos claves para esta transformación. Podemos hablar de tres vías de llegar a nuestra verdadera esencia y, en consecuencia, conectar con la parte más sana de cada eneatipo.
1 Aprovechar la relación de los eneatipos.
Por un lado, conviene extraer lo mejor de cada eneatipo que se relaciona con el tuyo propio.
Imagen eneagrama
Es decir, si un siete aprende a estar, aunque sea un rato, en la cueva como hacen los cincos, tendrá un perfecto antídoto a su gula incansable.
Si, a su vez, mira al uno e integra un poco de dirección y disciplina, le vendrá genial para bajar de sus maravillosos mundos de yupi.
2 La meditación como camino directo de todos los eneatipos.
Seamos la personalidad que seamos, hay un camino de crecimiento que es común a todos los eneatipos: la meditación. Si meditamos un rato cada día, nos ayudará a estar más centrados y encontraremos con más claridad el camino a seguir. Pero si vamos un paso más allá, y meditamos de manera constante y profunda llegaremos -o podremos llegar- a un lugar de pertenencia con otra dimensión. Desde ahí, se puede acceder a un estado de consciencia que nos hace trascender el ego -sea cual sea-. En ese momento, no importa lo que pensamos, lo hacemos o sentimos. Sólo con ser es suficiente. Y entonces, se entiende que da igual que eneatipo seamos; que, en última instancia, somos parte de un todo. De hecho, la nada y el todo, en esa dimensión, son una misma cosa. Se llega a saborear, como decía nuestro admirado Claudio Naranjo, “una nada con sabor a todo”.
Es un estado de plenitud y de presencia absoluta que, realmente, es muy complicado mantener en el día a día; pero que, sí que pueden llegar ecos de él a nuestra forma habitual de estar en el mundo.
Desde aquí llegamos al concepto oriental de wu wei, que no es otra cosa que un no hacer nada. En realidad, hablamos de no hacer nada con demasiado esfuerzo, se trata de ponernos en la vida desde el fluir y, para ello, toca darle descanso al personaje, quitarnos de en medio, apostar por nuestra fuerza interior y creer en nosotros mismos. Pero que sea un creer desde la confianza en la verdad, no desde el ingenuo y peligrosísimo “Yo puedo con todo, porque yo lo valgo”. Estamos hablando de tomar el control de la nave y hacer que nuestras ideas locas pierdan fuerza.
3 La virtud del eneatipo.
Volviendo al eneagrama en sí mismo, y saliéndonos de la relación de cada eneatipo con otros, sería bueno concretar qué le hace bien a cada eneatipo para llegar a entender las virtudes de cada uno de ellos.
Como vamos viendo, esto es diferente que lo que hace bien cada eneatipo. Es decir, no es lo mismo lo que hace bien que lo que le hace bien.
Partimos de la idea general de que, el camino de plenitud pasa por ir en la dirección contraria de lo que hemos hecho casi siempre. Esto es una simplificación un tanto burda; pero como idea de partida puede funcionar.
De esta forma, podemos ser más conscientes de este proceso de transformación del que venimos hablando y poder entender mejor las virtudes del eneagrama.
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Autores: Agnieszka y Lorenzo (Haiki)
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