La protagonista de la serie envidiosa, interpretada magistralmente por Griselda Siciliani, como era de suponer, encaja en el eneatipo 4.
Al ser un personaje de ficción y la serie no estar hecha bajo el prisma del eneagrama, hay cositas que no terminan de cuadrar; pero, lo “gordo” sí lo podemos ver con cierta claridad. De hecho, gran parte del viaje personal de Vicky es reconocer esta envidia ya que es uno de los puntos ciegos de su personalidad.
A su vez, como vamos a comprobar, Vicky tiene un espíritu más competitivo de lo habitual en el E4; con lo cual, la podremos ubicar en el subtipo E4 sexual. No es una “cortacabezas” al uso; pero, dentro de los tres instintos el sexual es que más claramente la identifica.
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1. La identidad de Vicky y su conflicto interno
Maternidad y la familia
Vicky encarna un arquetipo cada vez más visible en la ficción: la mujer soltera de 40 años que ve pasar el tren de la maternidad y la familia tradicional.
Esta visión ultra patriarcal es comprada por mucha gente, entre ellas Victoria.
Así el anhelo de lo que el sistema nos vendió como felicidad está arraigado en lo más profundo de nuestra protagonista. Desde ahí, más allá de su tendencia a la comparación, sueña (neuróticamente) con su marido, hijos, casita con jardín y una buena estabilidad económica.
Aunque, en ocasiones, intenta mostrarse indiferente ante estos temas, su historia de abandono infantil (por parte de papá) activa en ella patrones emocionales inconscientes. Su estructura psíquica ha sido moldeada por la ausencia de un modelo de estabilidad, lo que la lleva a rechazar abiertamente lo que, en el fondo, teme haber perdido.
La protagonista muchas veces actúa como una niña pequeña egocéntrica y narcisista que se cree el centro del mundo. Es como si todo girase en torno a ella y, desde ahí, le cuesta ver al otro.
La tensión entre su deseo de independencia y la sensación de carencia marca, en gran parte, sus relaciones y decisiones. De hecho, la mayor parte de la serie retrata los vínculos que Vicky va tejiendo o ha tenido en su vida. De hecho, son memorables las escenas en las que nuestra querida envidiosa reclama a sus amigas exclusividad en la amistad.
La lucha entre autenticidad y validación
Vicky busca diferenciarse, sin embargo, sufre por no sentirse a la altura de su propio ideal.
En ocasiones, se infla su ego y tiene un autoconcepto de sí misma muy top. Pero al poco, su vida es secuestrada por su necesidad de compararse. Ve en el otro lo que quiere para sí y esto la saca de quicio. Desde ahí vemos claramente su identificación con el E4.
Y aunque no es un E4 sexual de manual, pues su tendencia cortacabezas no es tan acusada, sí que es el subtipo principal. Compite a muerte y la lia parda dejándose llevar por este instinto. La “chica kilombo” -así la llama su personaje polar, Mei- es pura emoción y por ella queda embargada cuando la vida le pone delante a alguien que tiene lo que ella anhela.
A todo ello, hay que sumar que Vicky es muy rápida tanto de pensamiento como de palabra. Su flecha al E1 le delate haciendo juicios de valor que muchas veces escupe sin demasiado filtro. De hecho, resulta admirable la capacidad de las amigas para navegar con todo ello y aceptarla tal como es (en su personaje).
Se enorgullece de su singularidad; no obstante, al mismo tiempo, sufre por sentirse incompleta. No encuentra una identidad que la satisfaga por completo, lo que la lleva a oscilar entre la admiración y el desprecio hacia quienes sí parecen tener una vida más convencional.
Aunque cree saber lo que quiere, su vida está llena de introyectos que la empujan a desear una existencia estereotipada que, en realidad, no le pertenece. Estos introyectos o ideas locas, en el caso de Vicky, tiene que ver con mandatos sociales más que con verdaderos deseos.
La competencia y la envidia como punto ciego
Como bien sabemos, el Eneatipo 4 sexual es el más competitivo de los envidiosos, y en Vicky esta característica se manifiesta con fuerza.
La “escena del ascensor y la chica que sube” es magistral. No es la competencia del E3 (aunque tiene mucho de E3), es una competencia más visceral y emocional. De hecho, muchas veces es una competencia que, objetivamente, no sirve para nada.
Luego hay otra escena dentro del ascensor que juega con lo volátil de las decisiones que muestran los protagonistas.
No solo se compara con otras mujeres en el ámbito laboral y afectivo, sino que su cuerpo mismo somatiza cuando alguien cercano logra cierto éxito.
La escena del jardín, en la que se tiene que revolcar para calmar el pico es una de los regalos que nos hacen los guionistas de la serie.
Su relación con Mei es un claro ejemplo de su incapacidad para alegrarse genuinamente por los demás. Aunque puede inflarse de sí misma gracias a su flecha al E2, rápidamente vuelve a la comparación y el sentimiento de vacío, sin percibir que su verdadero problema es la forma en que se mide a sí misma.
Mei la ve a ella como alguien que le romperá el corazón a Matías y ella la ve a Mei como una mosquita muerta que le puede robar su “objeto de deseo”.
Como bien dice la psicóloga y experta en eneagrama, Patricia Colina: «Vicky es el retrato de lo que pasa cuando la envidia no se reconoce ni se gestiona: se convierte en un motor de autoengaño, en una guerra constante con la vida y con los demás. Pero la envidia bien mirada puede ser un faro, una brújula que nos indica lo que realmente anhelamos y nos falta por construir.»
SESIONES de ACOMPAÑAMIENTO INDIVIDUAL
2. El impacto de su historia familiar y sus relaciones destructivas
La ausencia paterna y la distorsión de la figura masculina
Vicky no logra encontrar al hombre de su vida porque el abandono de su padre la dejó sin una referencia clara de lo que es una figura masculina confiable.
Esto más o menos se hace palpable en el proceso de acompañamiento que tiene con la psicóloga y no deja de ser un buen punto de la serie. Según la corriente terapéutica en la que estemos este tipo de correlatos entre lo que pasó en la infancia y lo que somos en el presente son más o menos explícitos. En la serie, su terapeuta, Fernanda, se lo hace ver así.
Su psique ha desarrollado una imagen ambigua del amor romántico, oscilando entre la idealización y el rechazo. Por un lado, busca hombres que encajen en su idea de éxito y validación social; por otro, tiende a desconfiar de ellos y a proyectar en sus parejas el miedo al abandono que marcó su infancia.
Su historia con Dani es un claro ejemplo de ello. Ella no ve a Dani, ve lo que el abogado y posible padre de familia representa. Vicky hace una transferencia de los mandatos sociales en su posible compañero de vida.
Pero, a la vez, algo muy interno, le mueve a buscar otra cosa. En este caso, el trabajo en terapia le va dando pistas de lo que quiere desde el ego o lo que podría desear desde una Victoria más esencial.
La necesidad de ser elegida y la insatisfacción crónica
El vacío emocional que dejó su padre se traduce en una necesidad compulsiva de ser elegida.
Para ello, se deja engañar y manipular, como le pasa con su jefe Nicolás. Nuevamente, idealiza a su posible pareja y lo da todo para poder estar con él. A la vez, hay algo que le hace estar alerta y ahí es donde se pone más “kilombera” que nunca.
Lo importante es que este hombre representa algo de lo que ella puede presumir, por ejemplo ante sus amigas y hermana.
Su historia personal la lleva a asociar el amor con la competencia, creyendo que si alguien la escoge, es porque ha demostrado su valor.
A partir de ahí, se ve como a Vicky no le interesa tanto lo que pasa con el hombre sino poder exponer al hombre como una especie de trofeo.
Sin embargo, este esquema la condena a la insatisfacción crónica, ya que ninguna relación puede llenar el vacío original. Cuando alguien se interesa genuinamente en ella, en lugar de sentirse segura, se inquieta, porque su estructura psíquica está basada en la búsqueda y no en la estabilidad.
A partir de ahí, como bien le hace ver Matías, un día piensa una cosa y al siguiente otra. No tiene un mínimo de estabilidad emocional que le acerque a la tan ansiada ecuanimidad del E4.
La idealización, la devaluación y el autosabotaje
Vicky repite un patrón de idealizar a sus parejas para luego devaluarlas cuando descubre que no cumplen con su fantasía.
Este ciclo refuerza su creencia de que el amor no es para ella, cuando en realidad es su propio mecanismo de defensa el que la aleja de la posibilidad de una relación sana.
En varias ocasiones, Matías se pone disponible para ella; aún así, de una forma u otra, va boicoteando la relación.
Su miedo al abandono se convierte en una profecía autocumplida: para evitar que la dejen, es ella quien se encarga de sabotear el vínculo antes de que sea demasiado tarde.
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3. Escenas clave y el papel del psicoanálisis en su transformación
La somatización del conflicto emocional
Vicky no ve su envidia con claridad, pero su cuerpo la expresa.
Como pasa con muchos eneatipos 4 les cuesta ver lo más evidente de su pasión. De hecho, en el caso de Victoria ni siquiera ve su tendencia a la comparación. Ella piensa que se alegra de los éxitos de sus amigas, pero luego hay algo dentro de ella que le lleva a actuar diferente. Esta contradicción le cuesta verla y es Fernanda (la psicoanalista) quien se lo hacer ver.
Cada vez que alguien cercano logra un éxito (como la boda de su amiga), su organismo reacciona con síntomas físicos.
La dermatitis, las alergias y otras manifestaciones psicosomáticas son la prueba de que su malestar no es solo mental, sino que tiene una raíz profunda en su historia emocional. Su relación con su madre y la falta de un modelo paterno han convertido su sufrimiento en un lenguaje corporal que habla por ella.
De hecho, al abandono materno, tenemos que sumar una mamá sumamente crítica con ella. Desde ahí, por pura lógica, aparece una desvalorización profunda que le lleva a su estilo de personalidad.
El rol de la terapeuta
Fernanda, su psicoanalista (de corte asépticamente lacaniano), representa el modelo clásico de neutralidad y distancia. Su enfoque está basado en la interpretación de los conflictos de Vicky, pero sin un acompañamiento emocional que le brinde contención.
Este contraste entre la “frialdad” de la terapeuta y la emocionalidad de la protagonista va aumentando a lo largo de los capítulos. Esta polaridad mantiene una tensión maravillosa que llena de matices la percepción del espectador. Muchas veces podemos flipar en colores con los desvaríos de Vicky y, en otras ocasiones, podemos amarla al ver su vulnerabilidad. A esta presencia “un poco robotizada” de la terapeuta, podríamos añadir, más allá de que no quiere entrar en una empatía explícita, un cierto juicio a los comportamientos de Vicky. Desde luego no hay mucho espacio para validar su dolor o sus lógicas confusiones.
Como decíamos tiene una flecha 2 que la pone muy arriba en ciertas ocasiones; pero, al poco, siempre la volveremos a ver abatida por sus propios arrebatos.
De hecho, esta escapada al E2 se ve con más claridad que lo que ocurre con sus otros subtipos. En general, podríamos decir que no tiene la tenacidad el conservación (aunque sí que omite su sentir verdadero en muchas ocasiones) y tampoco es clara la habitual vergüenza del E4 social.
El trabajo de la terapeuta es exquisito con Vicky. Las escenas son super reales y se ve muy bien la eficiencia de hacer el espejo al paciente. Aquí se abre un dilema fundamental: interpretar no es suficiente si no se sostiene emocionalmente al paciente. Cuando solo se le muestra su sombra sin acompañamiento, la persona puede sentirse defectuosa en lugar de comprendida. La terapia de Vicky juega al límite de esta posibilidad, ya que en ocasiones ella no entiende nada y así se lo hace saber a Fernanda. Aun así, la terapeuta termina hilando tan fino que la propia Vicky se da cuenta que “es muy buena”.
De hecho, es maravillosa la escena que le quiere pagar el doble y que contrasta con la que le dice que ella cree que “ya está para el alta y es Fernanda la que indica de venir dos veces por semana en vez de una”.
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La experiencia de Vicky en terapia también pone en debate la evolución del psicoanálisis. Durante décadas, la práctica freudiana enfatizó la abstinencia emocional del analista, el anonimato y la interpretación objetiva. Sin embargo, enfoques más contemporáneos han demostrado que el equilibrio entre interpretación y sostén emocional es clave en el proceso terapéutico. Sobre lo que la terapia nos puede dar o no hemos hablando mucho por aquí y el caso de la serie es un tipo de terapia que, por supuesto, puede tener su sentido.
Vicky necesita más que solo análisis: requiere un espacio donde pueda conectar con su propia humanidad sin sentir que sus emociones la invalidan. Su proceso de cambio dependerá de su capacidad de dejar de verse a sí misma como un caso perdido y empezar a permitirse sentir sin juzgarse.
Ambiente laboral
Vicky es un personaje atrapado en la envidia, el miedo al abandono y la lucha constante por definir su identidad. Su dificultad para encontrar estabilidad en sus relaciones no es casualidad, sino un reflejo de una psique moldeada por la ausencia paterna y la falta de un modelo emocionalmente sólido.
Ella se presenta como “casi arquitecta”, pero no parece demasiado interesada en lo que es propiamente su trabajo. Tampoco se enfatiza es su faceta creativa, aunque se puede ver durante la serie un cierto gusto y que su casa la tiene impecable.
De hecho, lo que más queda en evidencia en el entorno laboral es cómo vive las relaciones. La necesidad de conquistar a su jefe, activa su flecha al E2 sexual, mientras que con el resto de “minas”, muestra o bien indiferencia o bastante competitividad. Desde ahí, vemos que tiene una lucha interna con la mujer como tal. No le es fácil ser una más y desde ese dolor que venimos hablando, tiende a tener reacciones exageradas.
Magistral es la escena en la que la “tonta de recursos humanos” le hace el análisis en el que queda patas arriba y esto desata la fiera que lleva dentro.
Ahí es uno de los ratos donde más E4 sexual se ve a la protagonista. El odio en ocasiones como esta y en alguna otra escena es claro y se ve en la mirada de Vicky.
Autores: Agnieszka y Lorenzo (Haiki).
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